martes, 15 de julio de 2008

Paraíso Perdido...

Se que estoy cayendo. Veo sobre mi la luz que se aleja y se que de mirar hacia abajo podría deleitarme con los mas dantescos horrores, contemplar la posibilidad de una eternidad de las mas rebuscadas torturas y sufrimientos. O podría ser peor.

Se dice que el peor pecado de todos no es el que se hace de manera consiente, sino el que se realiza por el pecado mismo, sin otro justificativo que el placer malsano de pecar. El autentico pecado, la autentica perdición es la que mejor sabe en mis labios y en mi corazón.

Me reconforta saber que ya no tengo esperanza de salvación, que ya no habrá indulto en el último minuto, que ya no hay nadie que valla a interceder en mi favor. La única forma de escapar de la luz no es negarla ni buscar la oscuridad, sino verla, vivir en ella, contemplar la salvación y deliberadamente darle la espalda.

Fue mucho tiempo el que luche, muchos años de incesante lucha por defender mi paraíso, mi secreta Avalon, mi inexpugnable Camelot. Miles de heridas mal cicatrizadas, veneno en la sangre, cansancio infinito, resentimiento tragado, con el dolor a flor de piel, firme en mi puesto por saber que aquello que defendía le daba sentido a mi sacrificio. Con la luz a mis espaldas podría enfrentar cualquier abismo con inquebrantable firmeza.
Pero un día, un día como cualquier otro, un día mas en la infinita campaña, cuando ya demasiado quebrado quise retirarme a mi paraíso, a ese bastión de pureza que tanto me estaba costando defender, me di cuenta de que no era mas que una evanescente quimera, una ilusión de la luz, y sufrí el revés que ningún enemigo, que ninguna tortura o cósmico horror me habían podido infligir jamás. Mi verde Avalon me había abandonado.
Por mucho tiempo me lance a los caminos, gritando su nombre, buscando mi verde rincón de paz.

Le pregunte a los hombres sabios y ellos me indicaron mil caminos a cual mas enrevesado y equivoco, detrás de sus bellas palabras y adornados conceptos pude vislumbrar aquel horror ultimo que yo sufriera en carne propia, ellos también estaban solos, sus ciudadelas arrasadas, sus oasis quemados.
Pregunte a la gente del mundo, aquellos poseedores de una infinita sabiduría que ningún libro expondrá jamás y que ningún catedrático podrá patentar, y ellos me confesaron que no sabían que era lo que yo buscaba, nunca habían oído hablar de mi fértil isla, ni de la cálida luz que de ella emanaba. Me aconsejaron que no desperdiciara mi tiempo en fantásticas búsquedas y aprovechara mi tiempo en esta tierra.
Me dirigí entonces a los versados en los asuntos del cielo y sus misterios, los Padres que jamás nada me enseñaron, los guardianes que jamás me custodiaron. Les pregunte si habían visto a mi reino de dicha, mi tierra del eterno verano y me contestaron que solo hay un reino bendecido, y la llave esta en sus manos. Me instaron a que abandonara mi búsqueda hereje, y me ordenaron no volver a hablar de aquella luz que ellos predicaban y en la que no creían, o quizá incluso temían.

Contrariado me aleje de ellos y proseguí mi camino. A veces, en lejanas tierras creía hallar una pista, percibía el dulce perfume de sus jardines, escuchaba las risas del viento cuando besaba las aguas de sus lagos y a veces, en mis mas febriles sueños de vigilia, creía ver el resplandor de la luz en sus muros dorados.
Años pasaron y el tiempo dejo en mí su marca, los elementos me erosionaron como hacen con la eterna roca, las penurias y el recuerdo de mi isla bienaventurada dejaron un rictus de amargura en mi rostro y un tono de dolor en mis palabras. Me dirigí, ya vencido, a la mítica ciudad de la sabiduría, pura forma inteligible de la sensible Atenas de Platón, toda ella potencia realizada.

Descansaba en una plaza refrescando mi rostro en una fuente cuando ante mi apareció aquel a quien por sabio tenían los hombres de la ciudad, el único filosofo reverenciado por los académicos y adorado por los religiosos. Y sentándose a mi lado, me pregunto que hacia yo en aquel utópico reino.

Busco desde hace años a mi reino perdido, le contesté, al lugar de luz que sostuvo mi vida contra toda adversidad, el paraíso que, aun hoy habiéndome abandonado, mantiene mi alma fuerte y mi cuerpo inquebrantable. Estoy buscando a mi perdida Avalon y a la luz que en ella habita.

Me miro el rey de los sabios con una dulzura imperecedera y con una tristeza infinita. No esta aquí el reino idílico que por tanto has buscado, me respondió, ni lo has de encontrar en esta o cualquier otra vida por mas incansable que sea tu búsqueda. Regresa pues a tu tierra y olvida ese reino dorado, deja que sea su recuerdo y no su presencia lo que alimente tu fuerza.

Porque me dices algo tan terrible, le pregunte, es como si después de hacerle probar a un hombre la más sublime de las bebidas le dijeras que volviera a su casa y bebiera por siempre jamás la enfangada agua de una charca. Tu sabes algo sobre mi amada Avalon, tu sabes o intuyes algo y no quieres decírmelo por miedo a que el dolor sea demasiado para mi. No me obligues a decirlo, dijo el apartando la mirada, vuelve a tu tierra y vive. No, le conteste inflexible, dime lo que sabes, así me causara la muerte o un terrible sufrimiento nada es peor que la ausencia de mi bendita Avalon, nada es mas doloroso que su ausencia.

No sabes lo que dices, me dijo irritado, crees que el dolor que has soportado te hace insensible al sufrimiento verdadero, crees que la firmeza de tu alma te permitirá enfrentarte a cualquier tempestad sin zozobra. Crees que habiendo sentido el abandono puedes comprender la ausencia.

Dime lo que sabes, le dije poniéndome de pie, y permíteme partir en paz sabiendo lo que tú sabes. Dime si es preciso cual fue el fatal destino de mi paraíso perdido si es que ha sido destruido o conquistado, dímelo y partiré en paz y seguiré tu consejo.
No me respondió por un largo tiempo mientras sus dedos recorrían la superficie del agua de la fuente, vi una lagrima rodar por su mejilla y pude percibir el dolor mas profundo que jamás había sentido en alguien, y también algo más, no la ausencia, no la perdida, sino el vacio.

Yo también fui un guerrero una vez, me dijo con la voz quebrada, al igual que tu defendí las murallas gloriosas de un paraíso de paz. Debes saber que conozco íntimamente a tu perdida Avalon, no por haberla visto, sino por que es imagen fiel de mi fallecida Capadocia, y sus destinos fueron el mismo.

Cuéntame, le pedí en un tono conciliador, cuéntame de tu hermoso reino y dime cual fue su destino y como es que compartió el camino final con mi preciada Avalon.
Que podría contarte que no conocieras ya y de primera mano?, me dijo, pues has de saber que todo hombre valiente y sensible ha tenido un paraíso al cual defender, y cuando lo pierden cruzan mil y una vez el insalvable Estigia en su búsqueda. La mayoría muere sin haber logrado nada, pero algunos como yo, y como tú ahora, hemos visto la verdad y eso es lo que nos destruye.

Tu preciada Avalon de cúpulas de fuego que tanto llena las horas de tu existencia, que mantiene tu espíritu fuerte y tu voluntad firme, no te ha abandonado, sino que jamás existió.

Fue esta revelación lo mas doloroso que puede haber, el conocimiento de la mentira de la luz, de la inexistencia de mi gloriosa Avalon me llenaron de la mas negra desesperación, mis fuerzas, que hasta ese momento se me habían antojado infinitas, me abandonaron por completo dejando un frio ancestral que calo en mi alma hasta petrificarla.

Así pues, me dedique lo quedaba de mi vida a convertirme en lo opuesto a lo que siempre fui. Deje de ser el defensor de mi olvidada Avalon para convertirme en el saqueador de los paraísos ajenos. Fui yo el enemigo más temido de todos esos nobles hombres y a más de uno arruine para siempre. Me opuse para siempre a la luz, que era verdadera, y me convertí en su némesis, me dedique a arruinar sus engaños y hacer pública su mentira. Y hoy al final de mis días no hay ofensa más grande para mí que el saber que he sido perdonado.