miércoles, 23 de marzo de 2011

Lentamente...

Lentamente empieza la caida.
De a poco, como todo, el hilo de la cordura se va perdiendo, se va deshilachando.
Una sola mano me sostiene, la otra hace tiempo se rindió y ahora cuelga a mi lado mirando hacia abajo, hacia el interminable abismo de la locura.
Vacío.
Caída.
Libertad.
Todo eso pienso mientras el hilo gruñe y se despedaza. No se cuanto tiempo más soportará y, sinceramente, ya no me importa.
Mi mano resiste, a pesar del dolor, a pesar de estar resbalosa por el sudor, a pesar del constante movimiento, a pesar de las hebras que se desprenden y castigan su carne. Resiste.
Es extraño, levanto la vista para verla, casi para preguntarle ¿Porqué? y veo que no es mi mano, ya no.
Son personas. Donde cada dedo debería estar, en su lugar veo a alguien, familiares, amigos, algún amor.
Ahora entiendo. No es mi fuerza, es la fuerza de los demás, los que se preocupan por mi, los que me quieren.
Es inútil.
Es egoísta.
Déjenme caer, déjenme ser libre, quiero dejar de ver todo esto que me rodea. Quiero dejar de pensar.
Es inútil. Nunca me van a dejar caer y ser libre. Nunca soportarían saber que fallaron.
Y así quedo yo, colgando como Prometeo, deseando ser libre sin poder conseguirlo.
Condenado a ser salvado.

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